Extraído del Boletín La Oveja Negra
año 10 – Número 79 – Noviembre 2021
Es por sus aspectos más superficiales que el narcotráfico llega a la discusión pública y a la prensa. Intentaremos atravesar la superficialidad del asunto. El narcotráfico es un síntoma de la situación económica que está causando estragos en el tejido social a lo largo y ancho del país. Inseparable de los graves y generalizados problemas de adicciones, se trata de un fenómeno que crece en la sociedad capitalista. Buscaremos abordar este problema social desde un punto de vista de clase.
La droga es otra mercancía producida y distribuida según los criterios de la sociedad capitalista. De hecho, antes de ser prohibidas, algunas drogas eran producidas por laboratorios y vendidas como productos farmacéuticos.
La heroína y la cocaína, desde principios y mediados del siglo XIX respectivamente, fueron desarrolladas y producidas a escala industrial en decenas de países por empresas químicas y farmacéuticas. Ambas eran ampliamente prescritas, suministradas en hospitales y recomendadas por la medicina moderna, fundamentalmente para continuar con el trabajo o soportar dolores de heridas producidas durante las guerras. La fuerte dependencia fisiológica provocada por estas nuevas mercancías generó en los soldados y explotados en general, la veloz formación de un mercado cautivo. A través de las épocas y cambios culturales, el tráfico, las drogas legales e ilegales y los adictos han existido y tomado diversas formas hasta llegar al modo que hoy conocemos.
El tráfico de drogas en la actualidad es una rama más de la economía capitalista y, como en cualquier otra, la explotación, la muerte y la extorsión se hacen presentes. No es la primera ni la única rama productiva en la cual se emplea trabajo esclavizado o medios ilegales para eliminar a la competencia. Sin embargo, por su condición de casi absoluta ilegalidad, su escala internacional, sus consecuencias sobre una gran parte de la población y el abordaje mediático y estatal, la violencia toma una notoriedad mayor. Los productores y vendedores de droga deben asegurar su territorio, extorsionar, desalojar, tirotear, encargar asesinatos, explotar, invertir en negocios lícitos, contribuyendo a la economía. Según un estudio de la ONU el tráfico global de sustancias generó aproximadamente 321.6 miles de millones de dólares en 2003, aproximadamente un 1% del PBI mundial de ese mismo año.
… y Estado
La producción de miedo y la consecuente extensión del silencio garantizan importantes ganancias para los traficantes y sus socios, así como un efecto disciplinario en la población. Lo que hoy vivimos en Rosario ya ha sucedido o está sucediendo en otras ciudades del mundo. De hecho, ya se esperaba que esto ocurriese por parte de quienes “regulan” estas actividades. A mediados de los noventa, dos agentes especiales de la DEA (Drug Enforcement Administration: agencia estadounidense de “Administración para el Control de Drogas”) disertaron para una decena de oficiales de Inteligencia de Drogas Peligrosas de Santa Fe. Uno de ellos cerró la charla diciendo: «Todavía en la Argentina viven una relativa calma urbana con el delito de drogas. Pero esto se terminará no bien empiecen a instalarse cocinas de cocaína. Eso creará un rubro nuevo en la economía local, dará empleo, abaratará la mercadería y también la multiplicará. Cuando eso pase, tengan por seguro que habrá dos efectos: se diseminarán las muertes violentas y la corrupción policial alcanzará niveles que jamás vieron.»
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